La travesía
Con este capítulo llegamos al final. Este relato se lo dedico, por supuesto, a los miembros de la Comunidad de la Galleta, un nombre que surgió a raíz del amor, perdón, obsesión, con las obras de Tolkien (no todos tenían obsesión, había alguien cuerdo en el grupo) y por devorar galletas sin control cuando llegábamos a los refugios. Me esperaba un viaje espectacular, por las vistas y por el tiempo incierto que nos podíamos encontrar, pero fue más allá de lo imaginado. La Comunidad de la Galleta (o de las Galletas, por la gran cantidad que injerimos), fuimos más que simples compañeros de travesía; nos convertimos en muy buenos amigos y eso fue, de lejos, lo mejor del viaje. ¡Os quiero!
Los capítulos anteriores:
6. La llegada a Skógafoss
Es el último día. Tenemos por delante una bajada suave y tranquila siguiendo el río que viene de los glaciares hacia la imponente cascada de Skógafoss. Salimos del refugio y empezamos a andar bajo un cielo que se ha nublado durante la noche. Reke, que va último, silba alegre mientras va bailando dejando volar su llamativa chaqueta de color rojo a pesar de llevar la mochila a cuestas. A veces se retrasa un poco del grupo para tomar alguna foto o simplemente para contemplar los glaciares que van dejando atrás. Por primera vez en años no se sentía tan feliz. No me acordaba de esa sensación, no pienso librarme nunca más de ella, se dice a sí mismo. Ana camina radiante, impregnándose de cada roca, de cada planta, de cada montaña que ve a su alrededor. ¡Qué bonito es Islandia!, se va repitiendo. David y Carmen hablan despreocupados con Fernando y Jesús y, a la cabeza, Carlos, junto con Sara y Joel, charlan alegres sobre las siguientes travesías que quieren emprender.
El camino árido lleno de rocas se va tornando poco a poco en un prado verde donde la hierba crece de forma abundante. Las rocas que una vez entorpecieron el camino ahora se ocultan bajo un exuberante manto de vegetación. De vez en cuando paramos para contemplar el río con sus cascadas y así también nos vamos reagrupando. Sin perder mucho tiempo, en las paradas también bebemos agua o nos comemos algún fruto seco.
Con buena parte del camino recorrido, Carlos propone hacer un descanso después de la primera gran cascada, al lado de un precipicio del cañón que se ha formado a lo largo de los años. Recuperemos fuerzas antes de llegar a Skógafoss, sugiere. Hay ilusión para terminar la ruta, aunque no queremos que se acabe. Reke mira las caras de sus amigos y piensa que no necesita nada más en la vida. Nos tumbamos un rato sobre la hierba y miramos al cielo escuchando de fondo el ruido del agua. Al cabo de unos minutos, Carlos nos hace emprender la marcha. Vamos, no seáis perezosos, que lo mejor está por venir todavía. Nos ponemos las mochilas y empezamos a andar por el pequeño sendero rodeado de hierba.
Se oye un grito. Un grito corto y apagado, seguido de un silencio que nos hiela la sangre. Llega el sonido de algo que ha caído al agua. Entre todo el ruido de las cascadas, ese sonido ha sido diferente, único y aislado. ¿Dónde está Reke? Una mancha roja baja a gran velocidad por el río. Las aguas rugen con rabia y la corriente parece que se vuelve más poderosa. La mancha roja se detiene en seco, intentando mantenerse a flote. Estamos atónitos, sin entender lo que está sucediendo. El río parece cobrar vida propia. La corriente se revuelve, formando remolinos y oleadas impredecibles. Vemos a Reke luchar desesperadamente contra la fuerza del agua. Parece que grita pidiendo ayuda, pero su voz se pierde en medio de la furia del río. Corremos hacia el borde del precipicio, dispuestos a lanzarnos para salvarlo, pero saltar sería un suicidio.
Cada segundo se siente como una eternidad mientras observamos impotentes cómo Reke lucha por su vida. Finalmente, vemos su figura emerger por un instante, agarrándose a una roca a duras penas. Sin embargo, antes de que podamos reaccionar, una ola gigantesca lo arrastra de nuevo hacia las profundidades del río. Carlos se quita la mochila y sale disparado camino abajo. ¡Dejadme pasar, ha caído al río!, chilla sin parar, pidiendo paso a otros excursionistas que no saben qué pasa. El resto estamos en shock, mirando incrédulos cómo la corriente se lleva a nuestro amigo
Esperadme un segundo, voy a hacer crecer el caudal del río, dice Reke unos segundos antes. Al borde del cañón, observando la corriente con una expresión juguetona en su rostro, Reke echa una meada hacia el río. No se fija cómo el suelo detrás de él cede y de repente se encuentra cayendo por el precipicio. ¡No!, grita. El río se acerca a gran velocidad, estira las manos intentando agarrarse al aire. Se sumerge con un gran golpe en las gélidas aguas del río y queda desorientado y aturdido. Nota cómo el torrente lo arrastra con violencia, como si quisiera devorarlo. Pugna por alcanzar la superficie, sus pulmones arden mientras ansía aire. Consigue emerger y toma una bocanada de aire con un jadeo desesperado. Las corrientes tumultuosas lo arrastran sin piedad, haciéndolo girar y girar como una hoja en una tormenta. Reke trata de nadar hacia la orilla, pero la fuerza del río es arrolladora. Sus brazos y piernas se agitan en un esfuerzo fútil mientras las aguas frías lo zarandean como un títere. Grita pidiendo ayuda, pero el sonido de su voz se desvanece en medio del estruendo de la corriente. El agua se cierne sobre él, una ola lo sumerge de nuevo, y siente cómo está siendo aplastado por toneladas de líquido. Con sus últimas fuerzas, busca cualquier punto de apoyo, cualquier roca, rama o algo que lo ayude a mantenerse a flote. Pero todo lo que toca se desliza o se desintegra bajo la furia del río.
Los momentos pasan como horas y Reke sabe que está en una batalla por su vida y la adrenalina corre por sus venas. En medio del caos, piensa en sus amigos en la cima del precipicio, deseando que puedan verlo, deseando que puedan salvarlo. El combate es desigual, la corriente no cesa y Reke va quedándose sin fuerzas. Puede al fin aferrarse a una roca y reza para que algún milagro lo saque de este torbellino mortal cuando una ola lo engulle sin compasión. Sus pulmones se llenan de agua y su cabeza golpea el lecho del río. Rendido, cede. No siente ya dolor y ve a su cuerpo inerte cayendo por una cascada, a Carlos corriendo y a sus amigos con los ojos llenos de lágrimas mirando al vacío.
Carlos corre como nunca. Salta rocas y pequeños riachuelos, da unas gambadas larguísimas y casi volando llega a al salto de Skógafoss con su corazón bombeando a gran velocidad. Debajo de la cascada se ha formado un tumulto de gente que mueve un cuerpo hacia la orilla. De lejos y corriendo se están acercando unos guardas del parque. Carlos baja las escaleras medio-resbalando. Se abre paso entre la gente y ve el cuerpo de Reke, blanco y con la faz tranquila, como si estuviese durmiendo. Intenta reanimarlo, los guardas le piden que pare, que es inútil, pero Carlos se deshace de ellos chillando y llorando y lo sigue intentando.
Corriendo desde arriba, Sara y Joel ven cómo Carlos golpea el pecho del cuerpo de Reke una y otra vez y se tiran hacia las escaleras. El resto del grupo también venimos jadeando unos metros atrás. Alrededor del cuerpo de Reke y Carlos, decenas de turistas curiosean. Los guardas tratan de dispersarlos sin conseguirlo. Sara y Joel se cuelan, sujetan a Carlos por la espalda y le agarran los brazos, suplicándole que se detenga, que Reke ha fallecido y que no hay nada que se pueda hacer por él. Carlos entonces se rinde y deja escapar un grito desgarrador. En poco tiempo, una ambulancia y la policía aparecen al lugar. Los guardas y la policía trabajan para mantener a los turistas a distancia mientras cubren el cuerpo de Reke. El resto del grupo conseguimos reunirnos al pie de la cascada y lo observamos todo desamparados.
Durante largos minutos dejamos que el agua que cae con abundancia por la cascada nos empape por completo. Nuestras miradas se entrecruzan y nos permitimos llorar como nunca habíamos llorado. Nos abrazamos con fuerza, abatidos por una situación que éramos incapaces de imaginar, intentando encontrar consuelo entre nosotros. Y mientras nos abrazamos, las nubes se abren para dejar pasar un brillante rayo de sol, creando un hermoso arcoíris a nuestro alrededor, marcando el final de la travesía.
(Abucheos, silbidos)
Tranquilidad, por favor, tranquilidad, un momento, inmediatamente vamos a escribir otro final del relato, silencio por favor y no rompan nada.
3 comentaris:
Ostres, estava veient un post llarg i anava a preguntar a quina frase trobaría el mort, però vaig començar pel final i em sembla que avanço bé, era massa avorrit tot com perque no es morís algú. Què més en podría dir, enhorabona i espero que el pròxim sigui o bé més interessant o com a mínim més curt, sisplau...
Ja et vaig dir que el meu únic objectiu a la vida és convertir-me en un escriptor molt avorrit, però no és fàcil, sempre hi ha el típic personatge que o bé es mata o bé es deixa matar de la manera més horrible possible.
La gent vol ser famosa, rica, fins i tot la més inconscient vol ser feliç. Il·lusos tots! Jo vull ser escriptor de novel·les avorrides, res més.
A veure, tothom és lliure de ser el peix que sigui, però quin sentit en trobes a l'avorriment de l'escriptura avorrida?! Hom sempre escriu per algo...
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