La llegada a Skógafoss. Primer final
Perdón.
6. La llegada a Skógafoss
Es el último día. Tenemos por delante una bajada suave y tranquila siguiendo el río que viene de los glaciares hacia la imponente cascada de Skógafoss. Salimos del refugio y empezamos a andar bajo un cielo que se ha nublado durante la noche. Reke, que va último, silba alegre mientras va bailando dejando volar su llamativa chaqueta de color rojo a pesar de llevar la mochila a cuestas. A veces se retrasa un poco del grupo para tomar alguna foto o simplemente para contemplar los glaciares que van dejando atrás. Por primera vez en años no se sentía tan feliz. No me acordaba de esa sensación, no pienso librarme nunca más de ella, se dice a sí mismo. Ana camina radiante, impregnándose de cada roca, de cada planta, de cada montaña que ve a su alrededor. ¡Qué bonito es Islandia!, se va repitiendo. David y Carmen hablan despreocupados con Fernando y Jesús y, a la cabeza, Carlos, junto con Sara y Joel, charlan alegres sobre las siguientes travesías que quieren emprender.
El camino árido lleno de rocas se va tornando poco a poco en un prado verde donde la hierba crece de forma abundante. Las rocas que una vez entorpecieron el camino ahora se ocultan bajo un exuberante manto de vegetación. De vez en cuando paramos para contemplar el río con sus cascadas y así también nos vamos reagrupando. Sin perder mucho tiempo, en las paradas también bebemos agua o nos comemos algún fruto seco.
Con buena parte del camino recorrido, Carlos propone hacer un descanso después de la primera gran cascada, al lado de un precipicio del cañón que se ha formado a lo largo de los años. Recuperemos fuerzas antes de llegar a Skógafoss, sugiere. Hay ilusión para terminar la ruta, aunque no queremos que se acabe. Reke mira las caras de sus amigos y piensa que no necesita nada más en la vida. Nos tumbamos un rato sobre la hierba y miramos al cielo escuchando de fondo el ruido del agua. Al cabo de unos minutos, Carlos nos hace emprender la marcha. Vamos, no seáis perezosos, que lo mejor está por venir todavía. Nos ponemos las mochilas y empezamos a andar por el pequeño sendero rodeado de hierba.
Se oye un grito. Un grito corto y apagado, seguido de un silencio que nos hiela la sangre. Llega el sonido de algo que ha caído al agua. Todos nos giramos y asustados. ¡No!, grita Reke mirando hacia el río con las manos en la cabeza. Una mancha azul baja a gran velocidad por el río. Las miradas de preocupación se cruzan entre nosotros mientras nos damos cuenta de que su mochila ha caído al agua. La adrenalina y la urgencia se apoderan de nosotros mientras nos acercamos al borde, con el corazón latiendo a mil por hora. Entonces la mochila queda atascada entre unas rocas. Carlos, sin pensarlo ni un segundo, se tira por un pequeño sendero para recuperarla. Sus movimientos son rápidos mientras desciende por el terreno escarpado hacia el río. Lo miramos con ansiedad desde arriba, preocupados por su seguridad.
Finalmente, Carlos llega al borde del río y se arrodilla en la orilla, extendiendo la mano hacia la mancha azul que flota en el agua. La corriente intenta arrastrar la mochila, pero Carlos la alcanza justo a tiempo y la agarra con fuerza. ¡La tengo!, exclama Carlos y Reke se deja caer al suelo. Creía que la había perdido para siempre, dice con cara de incredulidad.
Cuando Carlos llega con la mochila, la tensión que había llenado el aire se disipa, y una sensación de alegría y gratitud nos inunda. Reke y Carlos comparten una sonrisa de complicidad. Reke se pone de pie para darle un fuerte abrazo a su amigo. Reke, le debes una a Carlos, exclama David entre risas, tratando de aligerar el ambiente. Reke asiente y dice a Carlos, No tengo palabras, muchas gracias, me has salvado la vida, bueno, la vida de la mochila. Y todos nosotros nos reímos, aliviados. La mochila está empapada por fuera y pesa una barbaridad, pero la bolsa de plástico que pusimos dentro para protegerla de la lluvia ha salvado todo el interior. Es simplemente un milagro.
Nos quedamos boquiabiertos ante la magnificencia de la cascada y la inmensidad de la naturaleza que nos rodea. El agua cae con fuerza desde lo alto, produciendo una nube de rocío que nos refresca. Bajamos por unas escaleras repletas de turistas que nos lleva a la base de la cascada. Y cuando llegamos nos abrazamos alegres de llegar todos a salvo de una ruta llena de parajes impresionantes y desafíos inesperados. La camaradería que se ha forjado entre nosotros se siente más fuerte que nunca. Nos sentimos unidos por la aventura, la superación de obstáculos y la belleza de la naturaleza que hemos presenciado en el camino. Y mientras nos abrazamos alegres, las nubes se abren para dejar pasar un brillante rayo de sol, creando un hermoso arcoíris a nuestro alrededor, marcando el final de la travesía.
1 comentari:
Hòstia, m'esperava un final Schrödinger, un relat per primera vegada original i tal... El Pons segur quedarà decebut.
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