dimecres, 27 de setembre del 2023

I, II i III

I

Em pensava que escriure en llengua castellana seria complicat i no seria capaç d'expressar-me, però, sorprenentment, ha sigut tot el contrari. I com que d'aquesta experiència n'he quedat bastant satisfet, és possible que en un futur ho repeteixi.

 

II

Ahir no vaig ser feliç, vaig fallar a una persona que esperava molt més de mi. No va ser fet expressament, però ho intuïa i no vaig fer res per evitar-ho. Però si ho hagués evitat, m'hauria convertit en una mentida i jo volia ser genuí, o això creia. Aleshores em vaig preguntar, per què no vaig ser feliç si vaig ser jo mateix? La resposta és senzilla: perquè la percepció d'un mateix no és ni la meitat d'una persona; voler ser genuí és entendre també com et veu la resta, però no la resta qualsevol, sinó la resta que t'importa i que estimes, i actuar amb conseqüència.

Ara tinc l'oportunitat de fallar una nova persona que ni tan sols conec, que ni em coneix ni sap què pensar de mi.


III

Fa temps vaig escriure en un interludi que volia tenir una parella que es digués Mar i que viuríem en una caseta anomenada, en honor seu, Ca la Mar. I jo seria un Peix vivint amb la Mar dins de Ca la Mar.

Doncs no he canviat d'idea, sabent que aquesta condició, la d'anomenar la caseta, m'evoca a viure per sempre fora de l'aigua.

I tindríem una filla que es diria coral.

 Millor que vagi a dormir.

dimarts, 26 de setembre del 2023

La Travesía. 6 - La llegada a Skógafoss. Segundo final

La llegada a Skógafoss. Primer final

 

Perdón.

 

6. La llegada a Skógafoss

Es el último día. Tenemos por delante una bajada suave y tranquila siguiendo el río que viene de los glaciares hacia la imponente cascada de Skógafoss. Salimos del refugio y empezamos a andar bajo un cielo que se ha nublado durante la noche. Reke, que va último, silba alegre mientras va bailando dejando volar su llamativa chaqueta de color rojo a pesar de llevar la mochila a cuestas. A veces se retrasa un poco del grupo para tomar alguna foto o simplemente para contemplar los glaciares que van dejando atrás. Por primera vez en años no se sentía tan feliz. No me acordaba de esa sensación, no pienso librarme nunca más de ella, se dice a sí mismo. Ana camina radiante, impregnándose de cada roca, de cada planta, de cada montaña que ve a su alrededor. ¡Qué bonito es Islandia!, se va repitiendo. David y Carmen hablan despreocupados con Fernando y Jesús y, a la cabeza, Carlos, junto con Sara y Joel, charlan alegres sobre las siguientes travesías que quieren emprender.

El camino árido lleno de rocas se va tornando poco a poco en un prado verde donde la hierba crece de forma abundante. Las rocas que una vez entorpecieron el camino ahora se ocultan bajo un exuberante manto de vegetación. De vez en cuando paramos para contemplar el río con sus cascadas y así también nos vamos reagrupando. Sin perder mucho tiempo, en las paradas también bebemos agua o nos comemos algún fruto seco.

Con buena parte del camino recorrido, Carlos propone hacer un descanso después de la primera gran cascada, al lado de un precipicio del cañón que se ha formado a lo largo de los años. Recuperemos fuerzas antes de llegar a Skógafoss, sugiere. Hay ilusión para terminar la ruta, aunque no queremos que se acabe. Reke mira las caras de sus amigos y piensa que no necesita nada más en la vida. Nos tumbamos un rato sobre la hierba y miramos al cielo escuchando de fondo el ruido del agua. Al cabo de unos minutos, Carlos nos hace emprender la marcha. Vamos, no seáis perezosos, que lo mejor está por venir todavía. Nos ponemos las mochilas y empezamos a andar por el pequeño sendero rodeado de hierba.

Se oye un grito. Un grito corto y apagado, seguido de un silencio que nos hiela la sangre. Llega el sonido de algo que ha caído al agua. Todos nos giramos y asustados. ¡No!, grita Reke mirando hacia el río con las manos en la cabeza. Una mancha azul baja a gran velocidad por el río. Las miradas de preocupación se cruzan entre nosotros mientras nos damos cuenta de que su mochila ha caído al agua. La adrenalina y la urgencia se apoderan de nosotros mientras nos acercamos al borde, con el corazón latiendo a mil por hora. Entonces la mochila queda atascada entre unas rocas. Carlos, sin pensarlo ni un segundo, se tira por un pequeño sendero para recuperarla. Sus movimientos son rápidos mientras desciende por el terreno escarpado hacia el río. Lo miramos con ansiedad desde arriba, preocupados por su seguridad.

Finalmente, Carlos llega al borde del río y se arrodilla en la orilla, extendiendo la mano hacia la mancha azul que flota en el agua. La corriente intenta arrastrar la mochila, pero Carlos la alcanza justo a tiempo y la agarra con fuerza. ¡La tengo!, exclama Carlos y Reke se deja caer al suelo. Creía que la había perdido para siempre, dice con cara de incredulidad.

Cuando Carlos llega con la mochila, la tensión que había llenado el aire se disipa, y una sensación de alegría y gratitud nos inunda. Reke y Carlos comparten una sonrisa de complicidad. Reke se pone de pie para darle un fuerte abrazo a su amigo. Reke, le debes una a Carlos, exclama David entre risas, tratando de aligerar el ambiente. Reke asiente y dice a Carlos, No tengo palabras, muchas gracias, me has salvado la vida, bueno, la vida de la mochila. Y todos nosotros nos reímos, aliviados. La mochila está empapada por fuera y pesa una barbaridad, pero la bolsa de plástico que pusimos dentro para protegerla de la lluvia ha salvado todo el interior. Es simplemente un milagro.

Después de este susto, bajamos emocionados por el sendero, disfrutando de la belleza del entorno. El sonido del río nos acompaña en nuestro descenso. Finalmente, llegamos a lo alto de Skógafoss, una impresionante cascada que se extiende majestuosamente ante nosotros.

Nos quedamos boquiabiertos ante la magnificencia de la cascada y la inmensidad de la naturaleza que nos rodea. El agua cae con fuerza desde lo alto, produciendo una nube de rocío que nos refresca. Bajamos por unas escaleras repletas de turistas que nos lleva a la base de la cascada. Y cuando llegamos nos abrazamos alegres de llegar todos a salvo de una ruta llena de parajes impresionantes y desafíos inesperados. La camaradería que se ha forjado entre nosotros se siente más fuerte que nunca. Nos sentimos unidos por la aventura, la superación de obstáculos y la belleza de la naturaleza que hemos presenciado en el camino. Y mientras nos abrazamos alegres, las nubes se abren para dejar pasar un brillante rayo de sol, creando un hermoso arcoíris a nuestro alrededor, marcando el final de la travesía.

La travesía. 6 - La llegada a Skógafoss

La travesía

Con este capítulo llegamos al final. Este relato se lo dedico, por supuesto, a los miembros de la Comunidad de la Galleta, un nombre que surgió a raíz del amor, perdón, obsesión, con las obras de Tolkien (no todos tenían obsesión, había alguien cuerdo en el grupo) y por devorar galletas sin control cuando llegábamos a los refugios. Me esperaba un viaje espectacular, por las vistas y por el tiempo incierto que nos podíamos encontrar, pero fue más allá de lo imaginado. La Comunidad de la Galleta (o de las Galletas, por la gran cantidad que injerimos), fuimos más que simples compañeros de travesía; nos convertimos en muy buenos amigos y eso fue, de lejos, lo mejor del viaje. ¡Os quiero!

 

Los capítulos anteriores:

1. Landmannalaugar

2. Álftavatn

3. Emstrur

4. Þórsmörk

5. El paso de Fimmvörðuháls


6. La llegada a Skógafoss

Es el último día. Tenemos por delante una bajada suave y tranquila siguiendo el río que viene de los glaciares hacia la imponente cascada de Skógafoss. Salimos del refugio y empezamos a andar bajo un cielo que se ha nublado durante la noche. Reke, que va último, silba alegre mientras va bailando dejando volar su llamativa chaqueta de color rojo a pesar de llevar la mochila a cuestas. A veces se retrasa un poco del grupo para tomar alguna foto o simplemente para contemplar los glaciares que van dejando atrás. Por primera vez en años no se sentía tan feliz. No me acordaba de esa sensación, no pienso librarme nunca más de ella, se dice a sí mismo. Ana camina radiante, impregnándose de cada roca, de cada planta, de cada montaña que ve a su alrededor. ¡Qué bonito es Islandia!, se va repitiendo. David y Carmen hablan despreocupados con Fernando y Jesús y, a la cabeza, Carlos, junto con Sara y Joel, charlan alegres sobre las siguientes travesías que quieren emprender.

El camino árido lleno de rocas se va tornando poco a poco en un prado verde donde la hierba crece de forma abundante. Las rocas que una vez entorpecieron el camino ahora se ocultan bajo un exuberante manto de vegetación.  De vez en cuando paramos para contemplar el río con sus cascadas y así también nos vamos reagrupando. Sin perder mucho tiempo, en las paradas también bebemos agua o nos comemos algún fruto seco.

Con buena parte del camino recorrido, Carlos propone hacer un descanso después de la primera gran cascada, al lado de un precipicio del cañón que se ha formado a lo largo de los años. Recuperemos fuerzas antes de llegar a Skógafoss, sugiere. Hay ilusión para terminar la ruta, aunque no queremos que se acabe. Reke mira las caras de sus amigos y piensa que no necesita nada más en la vida. Nos tumbamos un rato sobre la hierba y miramos al cielo escuchando de fondo el ruido del agua. Al cabo de unos minutos, Carlos nos hace emprender la marcha. Vamos, no seáis perezosos, que lo mejor está por venir todavía. Nos ponemos las mochilas y empezamos a andar por el pequeño sendero rodeado de hierba.

Se oye un grito. Un grito corto y apagado, seguido de un silencio que nos hiela la sangre. Llega el sonido de algo que ha caído al agua. Entre todo el ruido de las cascadas, ese sonido ha sido diferente, único y aislado. ¿Dónde está Reke? Una mancha roja baja a gran velocidad por el río. Las aguas rugen con rabia y la corriente parece que se vuelve más poderosa. La mancha roja se detiene en seco, intentando mantenerse a flote. Estamos atónitos, sin entender lo que está sucediendo. El río parece cobrar vida propia. La corriente se revuelve, formando remolinos y oleadas impredecibles. Vemos a Reke luchar desesperadamente contra la fuerza del agua. Parece que grita pidiendo ayuda, pero su voz se pierde en medio de la furia del río. Corremos hacia el borde del precipicio, dispuestos a lanzarnos para salvarlo, pero saltar sería un suicidio. 

Cada segundo se siente como una eternidad mientras observamos impotentes cómo Reke lucha por su vida. Finalmente, vemos su figura emerger por un instante, agarrándose a una roca a duras penas. Sin embargo, antes de que podamos reaccionar, una ola gigantesca lo arrastra de nuevo hacia las profundidades del río. Carlos se quita la mochila y sale disparado camino abajo. ¡Dejadme pasar, ha caído al río!, chilla sin parar, pidiendo paso a otros excursionistas que no saben qué pasa. El resto estamos en shock, mirando incrédulos cómo la corriente se lleva a nuestro amigo

Esperadme un segundo, voy a hacer crecer el caudal del río, dice Reke unos segundos antes. Al borde del cañón, observando la corriente con una expresión juguetona en su rostro, Reke echa una meada hacia el río. No se fija cómo el suelo detrás de él cede y de repente se encuentra cayendo por el precipicio. ¡No!, grita. El río se acerca a gran velocidad, estira las manos intentando agarrarse al aire. Se sumerge con un gran golpe en las gélidas aguas del río y queda desorientado y aturdido. Nota cómo el torrente lo arrastra con violencia, como si quisiera devorarlo. Pugna por alcanzar la superficie, sus pulmones arden mientras ansía aire. Consigue emerger y toma una bocanada de aire con un jadeo desesperado. Las corrientes tumultuosas lo arrastran sin piedad, haciéndolo girar y girar como una hoja en una tormenta. Reke trata de nadar hacia la orilla, pero la fuerza del río es arrolladora. Sus brazos y piernas se agitan en un esfuerzo fútil mientras las aguas frías lo zarandean como un títere. Grita pidiendo ayuda, pero el sonido de su voz se desvanece en medio del estruendo de la corriente. El agua se cierne sobre él, una ola lo sumerge de nuevo, y siente cómo está siendo aplastado por toneladas de líquido. Con sus últimas fuerzas, busca cualquier punto de apoyo, cualquier roca, rama o algo que lo ayude a mantenerse a flote. Pero todo lo que toca se desliza o se desintegra bajo la furia del río.

Los momentos pasan como horas y Reke sabe que está en una batalla por su vida y la adrenalina corre por sus venas. En medio del caos, piensa en sus amigos en la cima del precipicio, deseando que puedan verlo, deseando que puedan salvarlo. El combate es desigual, la corriente no cesa y Reke va quedándose sin fuerzas. Puede al fin aferrarse a una roca y reza para que algún milagro lo saque de este torbellino mortal cuando una ola lo engulle sin compasión. Sus pulmones se llenan de agua y su cabeza golpea el lecho del río. Rendido, cede. No siente ya dolor y ve a su cuerpo inerte cayendo por una cascada, a Carlos corriendo y a sus amigos con los ojos llenos de lágrimas mirando al vacío.

Carlos corre como nunca. Salta rocas y pequeños riachuelos, da unas gambadas larguísimas y casi volando llega a al salto de Skógafoss con su corazón bombeando a gran velocidad. Debajo de la cascada se ha formado un tumulto de gente que mueve un cuerpo hacia la orilla. De lejos y corriendo se están acercando unos guardas del parque. Carlos baja las escaleras medio-resbalando. Se abre paso entre la gente y ve el cuerpo de Reke, blanco y con la faz tranquila, como si estuviese durmiendo. Intenta reanimarlo, los guardas le piden que pare, que es inútil, pero Carlos se deshace de ellos chillando y llorando y lo sigue intentando.

Corriendo desde arriba, Sara y Joel ven cómo Carlos golpea el pecho del cuerpo de Reke una y otra vez y se tiran hacia las escaleras. El resto del grupo también venimos jadeando unos metros atrás. Alrededor del cuerpo de Reke y Carlos, decenas de turistas curiosean. Los guardas tratan de dispersarlos sin conseguirlo. Sara y Joel se cuelan, sujetan a Carlos por la espalda y le agarran los brazos, suplicándole que se detenga, que Reke ha fallecido y que no hay nada que se pueda hacer por él. Carlos entonces se rinde y deja escapar un grito desgarrador. En poco tiempo, una ambulancia y la policía aparecen al lugar. Los guardas y la policía trabajan para mantener a los turistas a distancia mientras cubren el cuerpo de Reke. El resto del grupo conseguimos reunirnos al pie de la cascada y lo observamos todo desamparados.

Durante largos minutos dejamos que el agua que cae con abundancia por la cascada nos empape por completo. Nuestras miradas se entrecruzan y nos permitimos llorar como nunca habíamos llorado. Nos abrazamos con fuerza, abatidos por una situación que éramos incapaces de imaginar, intentando encontrar consuelo entre nosotros. Y mientras nos abrazamos, las nubes se abren para dejar pasar un brillante rayo de sol, creando un hermoso arcoíris a nuestro alrededor, marcando el final de la travesía. 

 

 

(Abucheos, silbidos)
 

Tranquilidad, por favor, tranquilidad, un momento, inmediatamente vamos a escribir otro final del relato, silencio por favor y no rompan nada.

La llegada a Skógafoss. Segundo final.

dilluns, 25 de setembre del 2023

La travesía. 5 - El paso de Fimmvörðuháls

La travesía

Los capítulos anteriores:

1. Landmannalaugar

2. Álftavatn

3. Emstrur

4. Þórsmörk


5. El paso de Fimmvörðuháls

Creo que ya echo un poco de menos Þórsmörk o al menos el descanso en Basar, resopla David cuando solo llevamos diez minutos andando. Solo subimos y subimos. Poco a poco los árboles van desapareciendo y vuelven los parajes yermos, que, aunque conocidos, nos siguen asombrando. Andamos entre rocas con formas complicadas que parecen monstruos fantásticos de un mundo remoto, durmiendo para toda la eternidad. El bosque era bonito, pero estas rocas negras y salvajes lo son todavía más, dice Fernando. Estoy de acuerdo contigo, responde Carlos, hoy, para mí, tendremos las mejores vistas. Alzamos la mirada hacia las montañas que nos aguardan con sus peligros. Pero para llegar a ellas, tenemos un buen trecho. Vamos hacia allí, señalando un camino a lo lejos que sube por la ladera de una montaña. Poco a poco el camino se va acercando, siempre subiendo. Damos pasos cortos a un ritmo constante, sintiendo la brisa fresca que sopla desde las alturas. Al fin llegamos al camino de la ladera. El terreno no es tan empinado, pero se vuelve resbaladizo. Miramos atrás y vemos la distancia que hemos recorrido, maravillados por lo lejos que hemos llegado desde el tranquilo bosque de Thor. Llegamos a un punto donde el camino se divide en dos. Uno continúa ascendiendo por la montaña, mientras que el otro parece llevarnos otra vez hacia Basar. Tomamos el camino que nos lleva más alto, hacia el paso de Fimmvörðuháls, entre dos grandes glaciares, entre volcanes que hace nada rugían y expulsaban lava a su alrededor.

Nos detenemos de vez en cuando para recobrar el aliento y admirar las vistas panorámicas que se extienden ante nuestros ojos. Observamos los colosos glaciares que yacen majestuosamente sobre las cimas de las montañas y, a pesar de su grandeza, parecen empequeñecerse ante la inmensidad del paisaje. Es una impresionante obra de la naturaleza. Si nos quedamos en silencio, podemos escuchar el retumbar de los glaciares al moverse. Merece la pena cada esfuerzo, comenta Jesús, estas vistas son inolvidables. Ana asiente con una sonrisa y agrega, No hay lugar en el mundo donde prefiera estar en este momento.

Continuamos ascendiendo, motivados por la belleza natural que nos rodea y la sensación de logro crece medida que nos acercamos al paso, a los volcanes. La ascensión no es fácil. Tenemos que cruzar crestas con grandes caídas en ambos lados en un suelo que se deshace con facilidad, trepar por unas rocas puntiagudas y aferrarnos a cuerdas y cadenas para no despeñarnos por precipicios. Y finalmente, después de mucho esfuerzo, nos encontramos un campo de lava que nos abruma por su belleza, por su brutalidad, con rocas con cortes afiladísimos y a la vez con partes suaves y onduladas; parece un matorral de piedras de un negro intenso, interrumpido de vez en cuando por piedras que resplandecen un color rojo brillante, como tesoros ocultos dentro de la negrura. Estamos al pie de dos volcanes, en medio de los dos glaciares, hemos llegado al paso de Fimmvörðuháls.

Dejamos las mochilas y subimos a lo alto de uno de los dos volcanes. Tiene rocas rojizas y oscuras. ¿No va a entrar en erupción, verdad? Pregunta Reke. Esperamos que no, responde Carlos. Bueno, si entra en erupción tenemos la excusa perfecta para quedarnos y no volver a nuestro país, comenta Sara. Como me gustaría, sueña Joel. Bueno, si entrara en erupción, no creo que nos hiciera demasiada ilusión estando encima de él, replica Carmen.

Descendemos del volcán, tomamos un breve descanso para comer y luego caminamos a través de un antiguo lago que quedó cubierto de ceniza debido a la última erupción. Se trata de una llanura completamente ennegrecida, rodeada por colinas y el hielo de los glaciares. Es un paisaje que se reduce a solo dos colores: el blanco y el negro, sin un matiz de gris en ningún lugar. Es un paisaje de otro planeta.

Tras cruzar el lago, ascendemos por una pequeña colina y llegamos a una zona cubierta de hielo y rocas. Descendemos por una pendiente pronunciada y luego ascendemos de nuevo por un nevero con cuidado para evitar resbalones. Después de un par de horas de ascensos y descensos en terreno rocoso, finalmente nos encontramos el refugio de Baldvinsskáli.

¡Qué bonito!, exclamamos todos de golpe. Con unas vistas privilegiadas de los glaciares en cada lado y con el océano de lejos hacia el sur, emerge en medio de la aspereza del entorno este refugio de forma triangular. Tiene un tejado de chapa blanca que brilla con intensidad con los rayos del sol de la tarde. Al cruzar la puerta, nos adentramos en un oasis de calidez y comodidad. El interior, revestido completamente en madera, ofrece un contraste reconfortante con la cruda belleza del exterior. En el piso inferior, una sola sala combina cocina y comedor, donde el aroma de una comida caliente y reconfortante nos da la bienvenida. Subiendo por una escalera de madera, llegamos al piso de arriba, donde se encuentra la habitación para dormir. Aquí, la madera se convierte en protagonista, con listones que conforman un espacio triangular muy acogedor, iluminado por la luz suave que se filtra por las ventanas de ambos extremos. Su mezcla de simplicidad y elegancia es un remanso de paz en medio de la naturaleza desafiante de Islandia. Es nuestro último refugio antes de terminar la travesía.

Por la noche, el cielo se muestra completamente despejado. Aunque tenemos la esperanza de ver alguna aurora boreal, pronto nos damos cuenta de que no es necesario. El cielo se presenta tan puro y claro que la Vía Láctea se revela ante nuestros ojos con una nitidez que nunca habíamos visto. Mientras admiramos la inmensidad del cielo estrellado, Reke señala una constelación: Mira, Casiopea, le susurra a Sara justo en el momento que en el firmamento cruza una estrella fugaz.


6. La llegada a Skógafoss

diumenge, 24 de setembre del 2023

La travesía. 4 - Þórsmörk

La travesía

Puedes leer los capítulos anteriores aquí:

1. Landmannalaugar

2. Álftavatn

3. Emstrur


4. Þórsmörk

Aunque al final hemos dormido más de veinte personas apretujadas en el refugio, todos hemos descansado muy bien y nos sentimos más fuertes que nunca. Parece que hoy la mochila pesa menos, comenta Fernando al rato de salir de Emstrur. Seguro que te has dejado alguna cosa, le responde David. Pues puede ser, contesta Fernando dando pequeños saltos intentando descubrir el peso de la mochila, pero no lo creo.

Caminamos a través de campos verdes y entre rocas que acentúan el paisaje. Hablamos entre todos, sin ninguna finalidad, solo por charlar. Nos sentimos muy a gusto entre nosotros, nos sentimos una comunidad.

A medida que avanzamos, el imponente monte se aleja a nuestras espaldas. Aunque de lejos, todavía nos impresiona su presencia. Llegamos a un altiplano por una subida cerca de un pequeño cañón. Desde el altiplano descendemos gradualmente y apenas lo notamos hasta que nos encontramos frente a otro río. Lo cruzamos por un pequeño puente, marcando la transición hacia el comienzo de Þórsmörk, el bosque de Thor. Este lugar está densamente poblado de abedules bajos y, en cada paso que damos, nos encontramos con setas esparcidas por el suelo. La exuberante vegetación es un cambio drástico en comparación con lo que estamos acostumbrados a ver.

En pocos metros los árboles nos ocultan por completo, separando al grupo en pequeñas unidades. La densidad del bosque y la fragancia de la tierra húmeda nos envuelven, haciendo que la sensación de aislamiento sea inminente. Detrás, curioseando las plantas, Joel, Sara y Reke de pronto se dan cuenta de que han perdido al resto. ¿Dónde están?, pregunta Joel en un cruce. Seguro que han ido en este camino que es más amplio, supone Reke. Pues yo creo que han seguido recto por el sendero, comenta Sara. ¡Chicos! Por aquí, se oye la voz de Carlos desde lo lejos del sendero, no os separéis tanto, en el refugio ya tendréis tiempo para mirar plantas.

El sendero nos lleva a vadear ríos de aguas gélidas, donde el contacto con el agua helada nos quita la respiración. A algunos, con solo poner los pies en el agua, un dolor agudo nos sube por las piernas. Malditos ríos helados, se queja Sara, que cruza corriendo. Ya verás cuando te caigas cruzando a lo loco, le dice Carmen. He grabado a Sara cada vez que hemos vadeo con la esperanza de ver una caída, se lamenta riendo Jesús al ver que esta vez tampoco ha habido suerte. ¡Serás maldito!, le chilla Sara. Venga, dejad las tonterías, poneos las botas que no tenemos todo el día, intenta poner paz el guía sin dejar de sonreír.

Seguimos andando hasta encontrar un camino arreglado con algunos escalones de madera. Ha empezado a llover. Es una lluvia suave que no molesta. A estas alturas no nos importa mojarnos. Sabemos que tarde o temprano nos podremos secar. El camino baja hasta un refugio. ¡Ya hemos llegado!, exclama contento Joel. Aún no, responde Carlos, este refugio está siempre abarrotado de gente. Cruzaremos el río por unos puentes móviles e iremos a otro que os encantará, ya lo veréis.

Al llegar al río, nos encontramos en un lado unos puentes con ruedas. ¡Han quitado los puentes!, grita Carlos mosqueado, Voy a preguntar si nos pueden cruzar en autobús. No os mováis. Y se va corriendo hacia una pequeña caseta cercana. ¿No se puede vadear?, pregunta al aire Ana. Miramos un rato el río. No parece profundo, pero vemos que baja a gran velocidad. Nos respondemos que sería una temeridad. Siempre nos podemos quedar a vivir aquí, comenta Fernando. Pues no sería una mala idea. Aunque en invierno creo que queríamos volver, echando de menos el intenso calor de nuestras tierras, responde Reke con una pequeña sonrisa socarrona. Por dios, no nos lo recuerdes, se queja Carmen, aunque nevara todos los días, prefiero esto a lidiar con el calor. Antes que Reke pueda responder, llega Carlos y nos dice que podemos subir a un autobús para cruzar.

Nos dirigimos hacia el autobús y, a medida que nos acercamos, quedamos impresionados por su apariencia imponente. Este armatoste de vehículo está equipado con unas ruedas gigantes que parecen capaces de enfrentar cualquier terreno. Subimos a bordo listos para cruzar el río. El motor ruge y el autobús comienza a avanzar lentamente hacia las aguas del río. Nos damos cuenta enseguida de que sería imposible cruzar el río a pie. El agua se eleva casi a los cristales del autobús. El suspenso en el aire es palpable mientras atravesamos el cauce, con las ruedas gigantes del vehículo girando con agresividad en el agua. Por si a caso, ha sido un placer, amigos. Os quiero mucho, suelta riendo Jesús para quitar un poco de tensión.

Con alivio, al cabo de unos minutos ya nos encontramos en la otra orilla del río. Bajamos del autobús y, con una mirada cómplice entre nosotros, decidimos guardar el secreto de que hemos cruzado un río en autobús durante nuestra travesía. Todos asentimos y prometemos no revelar nunca la verdad.

Después de ascender río arriba durante media hora, llegamos a un lugar de ensueño. Encantadoras casas de madera rodean un hermoso jardín que parece haber salido de un cuento de hadas. El canto de los pájaros y el suave chapoteo del río crean una sensación de paz y tranquilidad que nos abraza por completo. ¡Bienvenidos a Basar!, nos clama el guía con los brazos abiertos. Aquí sí que nos quedamos a vivir, ¡eso es un paraíso!

 

5. El paso de Fimmvörðuháls

6. La llegada a Skógafoss

dissabte, 23 de setembre del 2023

La travesía. 3 - Emstrur

La travesía

Puedes leer los otros capítulos aquí:

1. Landmannalaugar

2. Álftavatn


3. Emstrur

Salimos del refugio con el cuerpo todavía dolorido del día anterior. Aunque hemos dormido bien, nos hubiera gustado descansar un segundo más, pero demorarse demasiado sería un error. Las lluvias podrían alcanzarnos antes de llegar a Emstrur.

Damos un vistazo al lago. En su izquierda, una ladera se eleva protegiéndole de los vientos que vienen del este. Lejos del lago, al sur, se ven diferentes montes. Uno tiene una forma triangular casi perfecta. Parece una pirámide de los Egipcios, comenta Joel. Se ve que la construyeron cuando venían de vacaciones, responde Reke que ya ha perdido la timidez. ¿De veras? Pregunta Ana. Sí, les gustaba viajar y librarse del calor abrasador de sus tierras, apunta Joel. Detrás, David no puede reprimir la risa y todos terminamos riendo a carcajadas.

Vamos, un largo camino nos espera hoy, dice el guía con una gran sonrisa. Dejamos a un lado el lago y subimos por una colina. Una colina llena de musgo de un verde tan intenso que parece que brille. El aire es frío, pero el viento ha desaparecido. Qué extraño se hace andar sin ni una pizca de viento, comenta Carmen. De lejos el cielo se ve despejado, sobre nosotros una fina capa de nube permite intuir el sol. No parece que vaya a llover, dice Fernando. El tiempo puede cambiar muy rápido en estas tierras, comenta Jesús, no te fíes nunca.

Después de vadear un río llegamos a un plano donde la vegetación, ya escasa, va desapareciendo. Pronto empezaremos el desierto, nos comenta Carlos, ya veréis cómo se forman algunas dunas.

No entiendo por qué vinieron los egipcios, estos tipos tenían una extraña obsesión con los desiertos, opina Reke. Ana se lo mira un segundo. Reke está actuando como que está reflexionando. Este chico no tiene remedio, se dice a sí misma.

Lentamente, casi sin darnos cuenta, nos adentramos en un desierto frío y desolador. Las tierras son completamente negras y solo el azul que a veces se escapa entre las nubes da un toque de color. Es una tierra yerma y silenciosa. Nuestras charlas se van apagando a medida que la vegetación desaparece. Andamos ausentes por la nada. Al principio se intenta entablar alguna conversación, pero enseguida se muere. Nuestras pisadas se hunden en la tierra negra como si estuviéramos caminando sobre cenizas. El frío se cuela bajo la ropa y nos envuelve, pero no nos importa.

Aunque el paisaje es desolador, de alguna manera nos sentimos conectados con él. Es como si el desierto reflejara nuestros propios estados de ánimo. Cada uno de nosotros está inmerso en sus pensamientos, reflexionando sobre sus vidas, sus errores y aciertos, así como sobre sus sueños. A medida que avanzamos, el pasado parece desvanecerse en la distancia y vemos la posibilidad de un futuro diferente. La tristeza se mezcla con la sensación de liberación, como si el silencio del desierto nos estuviera invitando a dejar atrás todo lo que ya no necesitamos. Sin embargo, hay una extraña tranquilidad en nuestro grupo. Todos compartimos el mismo desierto negro y callado y entendemos que este es un viaje que debemos hacer en soledad, incluso estando juntos.

Y como empezó el desierto, poco a poco, también termina. Tímidos brotes de hierba van surgiendo a nuestro alrededor y ya volvemos a tararear y hablar entre nosotros. Nos encontramos en paz y nuestras conversaciones tienen una profundidad y muestran una confianza que aún no habíamos tenido. Compartimos sueños y aspiraciones, revelando algunos de nuestros miedos y anhelos.

Al cabo de un rato, subiendo por un pequeño sendero, nos encontramos un monte que nos cautiva con su elegancia. La pendiente de la ladera es tan suave y gradual que sientes el impulso de correr hacia ella y conquistarla, pero sería un esfuerzo inútil, ya que se torna cada vez más pronunciada, como si desafiara el cielo mismo, y casi en su cima, debido a la erosión, se irguen imponentes rocas con ángulos afilados y definidos. Y justo por encima de estas rocas, como si fuera una creación deliberada por algún Dios antiguo, se extiende un amplio llano adornado con exuberante hierba y musgo.

Paramos un rato para contemplar maravillados el majestuoso monte mientras el cielo se va nublando. Aprovechad para poneros las capas y las fundas en las mochilas, dentro de poco empezará a llover, nos indica Carlos. David, que no tiene ganas de mojarse, también se pone el sobre-pantalón impermeable. A ver, que no va a diluviar, no hace falta que os paséis, ríe Carlos. Mierda, ya sé que me he dejado, dice preocupada Sara, el sobre-pantalón. Si ni siquiera has mirado dentro de la mochila, le suelta Joel. Ni hace falta, como estaba un poco mojado, lo dejé en la entrada para que se secase. Mierda, que no llueve demasiado, por favor, reza. Fernando piensa que le podría dejar el suyo, ya que no le importa mojarse. Cuando caiga un chaparrón, si llega el caso, se lo ofreceré.

Con una lluvia fina llegamos al refugio de Emstrur, situado entre montañas en una zona ligeramente inclinada, cerca de un cañón estrecho y profundo con paredes de basalto. El refugio está compuesto por pequeñas cabañas de madera pintadas de verde oscuro, dispuestas en diferentes niveles de la ladera y conectadas por pasarelas. A pesar de su tamaño reducido, cada una alberga literas, cocina y una mesa para comer. Al parecer, dentro pueden dormir veinte personas. No creo que tengamos frío esta noche, comenta Jesús.

 

4. Þórsmörk

5. El paso de Fimmvörðuháls

6. La llegada a Skógafoss

divendres, 22 de setembre del 2023

La travesía. 2 - Álftavatn

La travesía

Puedes leer el primer capítulo aquí:

1. Landmannalaugar


2. Álftavatn

Después de desayunar, Carlos nos recuerda, aunque no hace falta, que el tiempo será bastante malo. Sin perder ni un minuto nos preparamos la mochila y salimos del refugio. Una gran pared de colada de lava se alza ante nosotros. En ella hay un estrecho sendero que serpentea hacia arriba. Echamos la vista atrás para ver una última vez el refugio, el río caliente y la gran llanura antes de empezar la travesía. El sendero, con rocas negras y afiladas, impone respeto y andamos con cierto temor. En pocos minutos estamos rodeados de montaña. Hay fumarolas a nuestro alrededor que desprenden el característico olor a azufre. Una pequeña llovizna nos moja las ropas. Tampoco hay para tanto, dice Ana pensando en lo que nos espera. Cuando superamos las montañas de lava, subiendo una cuesta muy empinada, se despliega ante nosotros un paisaje llano con montes coloridos. El camino se vuelve más ancho y las nubes se rompen por un instante para que el sol se cuele y nos dé un poco de calor. Paramos unos minutos para contemplar el paisaje, charlar un poco y tomar un algún sorbo de agua antes de seguir la marcha.

De repente un viento frío nos estremece. Preparaos, este viento nos acompañará durante todo el día, nos advierte Carlos. Nos ponemos deprisa los abrigos y andamos con el paso un poco más rápido. El viento, poco a poco, va aumentando su fuerza y el cielo se cierra con nubes oscuras y amenazadoras. La temperatura cae bruscamente, los abrigos apenas nos protegen y tiritamos y avanzamos sorprendidos del súbito cambio de tiempo. No os paráis de mover, nos dice el guía, no dejáis que se enfríe el cuerpo. Los montes coloridos se vuelven grises. Estos montes pelados, sin ningún tipo de vegetación, ahora parecen tristes y apagados. Y sin darnos cuenta, una neblina va creciendo a nuestro alrededor. Paso a paso la neblina se va volviendo más espesa, hasta convertirse en niebla.

El viento nos azota sin descanso. Andamos agachados, clavando los bastones antes de dar el siguiente paso. Vamos lentos, muy lentos. Clavamos bastón, avanzamos un pie, clavamos el otro bastón y avanzamos el otro pie. Hay miedo, por supuesto, pero no nos paramos. Estamos empapados y entumecidos por el frío. A veces la lluvia se vuelve granizo y nos golpea en el cuerpo una y otra vez como diminutos martillos helados. Solo somos capaces de ver el compañero que está delante de nosotros. El siguiente ya se pierde en la niebla espesa y cegadora. Cada pocos metros Carlos hace parada y recuento. Estamos todos bien. Cansados pero bien. El refugio del lago nos espera, nos decimos para darnos ánimos, pero todos pensamos que todavía quedan horas de andar. Cruzamos campos de obsidiana, con el temor de rasgarnos los zapatos, subimos y bajamos colinas sin parar por un suelo suelto que se deshace con una facilidad pasmosa y cruzamos neveros resbaladizos. No vemos las montañas coloridas, ni las fumarolas, ni colinas, ni nada. Solo el compañero que nos precede.

A medio camino nos encontramos una choza de madera. Cuatro paredes y un techo, nada más. El suelo, hecho de listones podridos, casi que se descompone bajo nuestros pies. La temperatura sigue igual de fría, pero al menos no hay lluvia ni viento. Dejamos las mochilas al suelo y comemos para recobrar fuerzas y nos frotamos los brazos y las piernas para entrar un poco en calor. Nos gustaría descansar, pero si nos quedamos, el tiempo podría empeorar más. Y abrigados hasta arriba, con las mochilas otra vez en los hombros, salimos de la choza. El viento, más violento que nunca, arremete con fuerza para tumbarnos. Al menos, por suerte, durante un rato, la lluvia nos concede una tregua. Avanzamos lentamente y en silencio; el viento ensordecedor tampoco nos permitiría hablar entre nosotros.

A pocos kilómetros de llegar al refugio de Álftavatn, nuestros cuerpos nos piden parar. Ya no podemos más. Aún no nos hemos detenido desde que abandonamos la choza. Danos un poco de descanso, por favor, clama David debajo de una capa negra agitada con furia por el viento. Todo el mundo se para y se deja caer al suelo. Da igual que nos quedamos llenos de barro, da igual si nos mojamos un poco más, comenta Joel, nos da igual todo. Aunque Reke parece no estar cansado, sus piernas adoloridas le dicen lo contrario, y agradece la parada sin decir una palabra. Es el único que se queda de pie intentando vislumbrar alguna construcción, alguna cabaña que pudiera ser el refugio. Solo hay niebla y más niebla. Cuidado, Reke, no te vayas a caer, le avisa Carmen. De pronto, delante de él, se despeja la niebla. Una fuerte pendiente baja hasta un riachuelo. Reke da dos pasos atrás, un poco sorprendido. Mira lejos y a la lejanía ve un lago. Mirad, un lago y a su lado parece que hay un refugio, chilla contento con su acento extraño. Es donde vamos a dormir, cuenta Carlos, pero todavía nos quedan unas horas para llegar hasta allí. Parece que está aquí mismo, pero tenemos que bajar al río por esta pendiente que es muy traicionera. Después cruzaremos el río y luego, andando por el llano, llegaremos al refugio. Vamos.

La bajada se nos hace eterna. Si parecía que teníamos el río aquí mismo, se queja Fernando parándose de golpe. Ana casi que choca contra él. No te pares en medio, a ver si vamos a caer los dos. Ui, perdón, se disculpa Fernando retomando la marcha.

Finalmente, alcanzamos el paso del río, dejando en lo alto la niebla que nos había envuelto, la cual ahora es una nube que flota sobre nosotros. No llueve y el viento nos ha secado las ropas. Nos quitamos las botas y con cuidado vadeamos el río. Las aguas heladas se cuelan entre nuestros pies y nos salpica las piernas. No es una sensación agradable, pero al salir del río, notamos el calor de nuestra sangre recorriendo las partes de nuestro cuerpo que se han cubierto de agua. Como me gusta notar el frío del agua, dice Jesús mientras cruza el río con una lentitud pasmosa. Pon todo el cuerpo si eres capaz, le reta Sara que se está secando las pantorrillas. Bueno, tampoco nos pasemos, responde Jesús con una gran carcajada. Es la primera vez en todo el día que alguien ríe y el resto del grupo también nos unimos a la risa. ¡Por favor, como la necesitábamos!

Caminamos al lado del río. El viento sigue, pero con menos fuerza. Ahora hablamos y reímos entre nosotros, Sara va tarareando y parece que estamos menos cansados. Álftavatn cada vez está más cerca, pronto podremos descansar.

 

3. Emstrur

4. Þórsmörk 

5. El paso de Fimmvörðuháls

6. La llegada a Skógafoss

dijous, 21 de setembre del 2023

La travesía. 1 - Landmannalaugar

Las siguientes cinco o seis entradas estarán escritas en castellano. Habrá faltas ortográficas y gramaticales, es la primera vez que escribo un relato en esta lengua. Podéis corregirme con insultos, si queréis.

El relato trata de una travesía por Islandia. No hay mucha trama, solo la ruta. Se basa en hechos reales. Para proteger la privacidad de sus protagonistas, se han cambiado los nombres y no tienen descripción. ¿He dicho que se basa en hechos reales? Bueno, puede que mi imaginación haya ido más allá de lo previsto…


La travesía. 1 - Landmannalaugar

Estamos embutidos nueve personas en una furgoneta vieja y destartalada recorriendo una pista llena de baches. Cruzamos ríos y sorteamos pasos montañosos que nos conducen hacia las inhóspitas tierras del interior de Islandia. Todos más o menos tenemos una idea de lo que nos vamos a encontrar. Una idea fruto de alguna foto, de lo poco que hemos visto de la isla y de nuestra imaginación. Una idea equivocada al fin y al cabo. Vamos dando botes y nos sacudimos dentro de la furgoneta durante horas hasta que, por fin, un poco aturdidos del viaje, llegamos a Landmannalaugar. Es una llanura extensa con diferentes ríos y rodeada de montañas negras por la tierra volcánica que exhiben trazas de verdes intensos del musgo que crece tímido por las laderas. De vez en cuando destacan algunas montañas amarillas y ocres del azufre y con líneas rojas, verdes y azules de metales que van aflorando a la superficie. En un lado de la llanura, al pie de una gran colada volcánica, a resguardo de los vientos más intensos y cerca de un río de aguas calientes, se alzan las pequeñas cabañas del refugio. Son construcciones simples, con paredes de madera y tejados de chapa pintada de un verde claro y apagado. Dentro de ellas, el suelo, las paredes y el techo son de madera barnizada. En la entrada nos amontonamos con caras de ilusión y cierto temor al camino que nos espera. El guía nos pide que dejemos las mochilas en el piso de arriba, en una de las habitaciones. Subimos por una escalera gastada de los miles de excursionistas que pasan año tras año. La habitación es pequeña, con un pasillo al centro y con estrechas camas a los lados sin separación alguna entre ellas. Deben caber unas quince personas un poco apretujadas.

Sin perder tiempo, Fernando y Jesús van a bañarse en el río de aguas calientes. Reke, un chico que no habla demasiado y cuando lo hace tampoco se le entiende mucho, los sigue unos pasos atrás. Para acceder al río hay una pasarela alzada hecha de listones de madera. Nos cruzamos con otros excursionistas. Nos saludamos alegres y nos dejamos pasar por la estrecha pasarela. El agua es de cuarenta y cinco grados y en algunas zonas está aún más caliente. Parece que nos vamos a cocer como pollos, dice Jesús. David y Carmen también se apuntan al baño al cabo de unos minutos. Entrar fue fácil, pero salir no es una tarea sencilla. El aire es helado y con el cuerpo entumecido del calor nos mareamos. Mira que Carlos nos lo había dicho: Vigilad, no os estéis demasiado tiempo en el río, al salir os podéis marear… Si hacemos caso al guía de esta forma, seguro que no llegamos al siguiente refugio mañana. Más tarde, después de dar algunas vueltas alrededor del refugio, Sara y Joel, junto con Ana, se dan también un baño y con las mismas consecuencias del primer grupo. ¿Pero cuántos ríos calientes nos encontramos por el mundo? Teníamos que aprovecharlo sin duda alguna.

En la zona de alrededor del refugio se puede acampar. Hay plantadas algunas pocas tiendas de campaña. Nos cuentan que en medio del verano las vistas se pierden de tiendas y más tiendas. Con los primeros fríos solo quedan unas pocas, de los más valientes, o más osados. En un borde del campo, encontramos unos autobuses antiguos. Nos acercamos. Colocados en forma de u, en uno de ellos vemos lo que parece un pequeño comercio. Dentro, una pareja está comprando cervezas. A fuera, en medio de los autobuses, hay una fogata con troncos y bancos para sentarse y pasar el rato. Nos gustaría quedarnos, pero no disponemos de mucho tiempo, hay que ir a preparar la cena. El guía pide a Reke y Sara que le ayuden. Reke no tiene ni idea de cortar las verduras, aunque se defiende un poco imitando a Sara, o eso cree. Sara se preocupa cuando, viendo cómo Reke corta las verduras, pregunta a Carlos si hay hilo y agujas para hacer suturas y él le responde que el botiquín no llega a tanto.

Joel junto con David y Ana intentan preparar la mesa, pero otro grupo se ha afianzado de las mesas. Con la cena hecha, esperamos que acaben y presionamos un poco, a ver si se dan cuenta de que tenemos hambre. Al cabo de unos minutos ya nos sentamos en la mesa y comemos verduras con patatas cocidas y filetes de cerdo. Hay que alimentarse bien, nos dice el guía, mañana empezamos la travesía que durará cinco días. Además, las previsiones del tiempo para mañana no son buenas. Habrá un tiempo de perros y no quiero que nadie se quede en medio del camino. Se hace un pequeño silencio, todos pensamos en el tiempo de mañana y si hemos hecho bien de aventurarnos en estas tierras frías e inhóspitas. Pero no os preocupéis, conmigo llegaréis a buen puerto, suelta con una voz raspada. Sería un buen momento para brindar, se dice Reke a sí mismo. Todavía se siente un poco cohibido dentro del grupo.

 

2. Álftavatn

3. Emstrur

4. Þórsmörk 

5. El paso de Fimmvörðuháls

6. La llegada a Skógafoss

dimarts, 19 de setembre del 2023

Nota

No sé què em passa, sento com em plora el cor, però jo no li he fet res. Sec a l'ombra d'un gran arbre i escolto la fressa de les fulles amb el vent. Al meu davant tinc un gran espadat moll de la pluja d'aquesta nit. El meu cor petit es recull dins seu i, com una esponja xopa quan l'estrenyen, brolla llàgrimes. No soc impermeable i sangloto sense voler. Respiro l'aire net, lluny de les ciutats que m'esgoten, m'aclaparen, m'aterreixen.

La veu clara i suau d'una noia desconeguda donant-nos les gràcies per deixar-la passar en aquell camí estret ens va fer tremolar. M'acabo d'enamorar, em diu. Quina veu més bonica tenia, li responc. Tu no t'enamores de cop? Em pregunta. Jo no, em costa molt enamorar-me, menteixo. 

Una setmana enrere, quan vaig veure-la aparèixer de cop i volta fent volar els seus cabells de coure i els seus ulls de maragda, vaig quedar-me captivat per la seva bellesa, però va ser la seva seguretat i la seva força que em va enamorar. Va ser de sobte, gairebé violent. Jo no ho volia, no ho esperava, només volia ser alegre i despreocupat. Em vaig sentir tan poca cosa… No vaig gosar, no volia ni entreveure la possibilitat de lligar-la a mi. Era una ànima tan lliure i feliç que amb mi, per culpa meva, que de tant en tant em trenco a bocins, s'hauria anat apagant. Tanmateix, hauria sigut capaç de dir-te: T'estimo.

Potser sí que sé què em passa.




Nota: Els pròxims dies publicaré un seguit de textos en un idioma que aquest bloc de notes encara no ha vist, crec (la meva memòria de peix és més fugaç que una estrella caient a la Terra). Seran cinc o sis entrades escrites en castellà, el qual m'està costant força escriure. No tinc vocabulari ni sé com jugar amb les frases d'aquest idioma. Mare meva, quina por.

Creative Commons License