La travesía
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5. El paso de Fimmvörðuháls
Creo que ya echo un poco de menos Þórsmörk o al menos el descanso en Basar, resopla David cuando solo llevamos diez minutos andando. Solo subimos y subimos. Poco a poco los árboles van desapareciendo y vuelven los parajes yermos, que, aunque conocidos, nos siguen asombrando. Andamos entre rocas con formas complicadas que parecen monstruos fantásticos de un mundo remoto, durmiendo para toda la eternidad. El bosque era bonito, pero estas rocas negras y salvajes lo son todavía más, dice Fernando. Estoy de acuerdo contigo, responde Carlos, hoy, para mí, tendremos las mejores vistas. Alzamos la mirada hacia las montañas que nos aguardan con sus peligros. Pero para llegar a ellas, tenemos un buen trecho. Vamos hacia allí, señalando un camino a lo lejos que sube por la ladera de una montaña. Poco a poco el camino se va acercando, siempre subiendo. Damos pasos cortos a un ritmo constante, sintiendo la brisa fresca que sopla desde las alturas. Al fin llegamos al camino de la ladera. El terreno no es tan empinado, pero se vuelve resbaladizo. Miramos atrás y vemos la distancia que hemos recorrido, maravillados por lo lejos que hemos llegado desde el tranquilo bosque de Thor. Llegamos a un punto donde el camino se divide en dos. Uno continúa ascendiendo por la montaña, mientras que el otro parece llevarnos otra vez hacia Basar. Tomamos el camino que nos lleva más alto, hacia el paso de Fimmvörðuháls, entre dos grandes glaciares, entre volcanes que hace nada rugían y expulsaban lava a su alrededor.
Nos detenemos de vez en cuando para recobrar el aliento y admirar las vistas panorámicas que se extienden ante nuestros ojos. Observamos los colosos glaciares que yacen majestuosamente sobre las cimas de las montañas y, a pesar de su grandeza, parecen empequeñecerse ante la inmensidad del paisaje. Es una impresionante obra de la naturaleza. Si nos quedamos en silencio, podemos escuchar el retumbar de los glaciares al moverse. Merece la pena cada esfuerzo, comenta Jesús, estas vistas son inolvidables. Ana asiente con una sonrisa y agrega, No hay lugar en el mundo donde prefiera estar en este momento.
Continuamos ascendiendo, motivados por la belleza natural que nos rodea y la sensación de logro crece medida que nos acercamos al paso, a los volcanes. La ascensión no es fácil. Tenemos que cruzar crestas con grandes caídas en ambos lados en un suelo que se deshace con facilidad, trepar por unas rocas puntiagudas y aferrarnos a cuerdas y cadenas para no despeñarnos por precipicios. Y finalmente, después de mucho esfuerzo, nos encontramos un campo de lava que nos abruma por su belleza, por su brutalidad, con rocas con cortes afiladísimos y a la vez con partes suaves y onduladas; parece un matorral de piedras de un negro intenso, interrumpido de vez en cuando por piedras que resplandecen un color rojo brillante, como tesoros ocultos dentro de la negrura. Estamos al pie de dos volcanes, en medio de los dos glaciares, hemos llegado al paso de Fimmvörðuháls.
Dejamos las mochilas y subimos a lo alto de uno de los dos volcanes. Tiene rocas rojizas y oscuras. ¿No va a entrar en erupción, verdad? Pregunta Reke. Esperamos que no, responde Carlos. Bueno, si entra en erupción tenemos la excusa perfecta para quedarnos y no volver a nuestro país, comenta Sara. Como me gustaría, sueña Joel. Bueno, si entrara en erupción, no creo que nos hiciera demasiada ilusión estando encima de él, replica Carmen.
Descendemos del volcán, tomamos un breve descanso para comer y luego caminamos a través de un antiguo lago que quedó cubierto de ceniza debido a la última erupción. Se trata de una llanura completamente ennegrecida, rodeada por colinas y el hielo de los glaciares. Es un paisaje que se reduce a solo dos colores: el blanco y el negro, sin un matiz de gris en ningún lugar. Es un paisaje de otro planeta.
Tras cruzar el lago, ascendemos por una pequeña colina y llegamos a una zona cubierta de hielo y rocas. Descendemos por una pendiente pronunciada y luego ascendemos de nuevo por un nevero con cuidado para evitar resbalones. Después de un par de horas de ascensos y descensos en terreno rocoso, finalmente nos encontramos el refugio de Baldvinsskáli.
¡Qué bonito!, exclamamos todos de golpe. Con unas vistas privilegiadas de los glaciares en cada lado y con el océano de lejos hacia el sur, emerge en medio de la aspereza del entorno este refugio de forma triangular. Tiene un tejado de chapa blanca que brilla con intensidad con los rayos del sol de la tarde. Al cruzar la puerta, nos adentramos en un oasis de calidez y comodidad. El interior, revestido completamente en madera, ofrece un contraste reconfortante con la cruda belleza del exterior. En el piso inferior, una sola sala combina cocina y comedor, donde el aroma de una comida caliente y reconfortante nos da la bienvenida. Subiendo por una escalera de madera, llegamos al piso de arriba, donde se encuentra la habitación para dormir. Aquí, la madera se convierte en protagonista, con listones que conforman un espacio triangular muy acogedor, iluminado por la luz suave que se filtra por las ventanas de ambos extremos. Su mezcla de simplicidad y elegancia es un remanso de paz en medio de la naturaleza desafiante de Islandia. Es nuestro último refugio antes de terminar la travesía.
Por la noche, el cielo se muestra completamente despejado. Aunque tenemos la esperanza de ver alguna aurora boreal, pronto nos damos cuenta de que no es necesario. El cielo se presenta tan puro y claro que la Vía Láctea se revela ante nuestros ojos con una nitidez que nunca habíamos visto. Mientras admiramos la inmensidad del cielo estrellado, Reke señala una constelación: Mira, Casiopea, le susurra a Sara justo en el momento que en el firmamento cruza una estrella fugaz.
2 comentaris:
"Merece la pena cada esfuerzo, comenta Jesús" - el Jesús no estava duient la seva creu com -chm chm- Pons mana?! Encara li donava per comentar com si res?
Era un heretge i no rendia culte al Pons, terrible!
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