La travesía
Puedes leer los capítulos anteriores aquí:
4. Þórsmörk
Aunque al final hemos dormido más de veinte personas apretujadas en el refugio, todos hemos descansado muy bien y nos sentimos más fuertes que nunca. Parece que hoy la mochila pesa menos, comenta Fernando al rato de salir de Emstrur. Seguro que te has dejado alguna cosa, le responde David. Pues puede ser, contesta Fernando dando pequeños saltos intentando descubrir el peso de la mochila, pero no lo creo.
Caminamos a través de campos verdes y entre rocas que acentúan el paisaje. Hablamos entre todos, sin ninguna finalidad, solo por charlar. Nos sentimos muy a gusto entre nosotros, nos sentimos una comunidad.
A medida que avanzamos, el imponente monte se aleja a nuestras espaldas. Aunque de lejos, todavía nos impresiona su presencia. Llegamos a un altiplano por una subida cerca de un pequeño cañón. Desde el altiplano descendemos gradualmente y apenas lo notamos hasta que nos encontramos frente a otro río. Lo cruzamos por un pequeño puente, marcando la transición hacia el comienzo de Þórsmörk, el bosque de Thor. Este lugar está densamente poblado de abedules bajos y, en cada paso que damos, nos encontramos con setas esparcidas por el suelo. La exuberante vegetación es un cambio drástico en comparación con lo que estamos acostumbrados a ver.
En pocos metros los árboles nos ocultan por completo, separando al grupo en pequeñas unidades. La densidad del bosque y la fragancia de la tierra húmeda nos envuelven, haciendo que la sensación de aislamiento sea inminente. Detrás, curioseando las plantas, Joel, Sara y Reke de pronto se dan cuenta de que han perdido al resto. ¿Dónde están?, pregunta Joel en un cruce. Seguro que han ido en este camino que es más amplio, supone Reke. Pues yo creo que han seguido recto por el sendero, comenta Sara. ¡Chicos! Por aquí, se oye la voz de Carlos desde lo lejos del sendero, no os separéis tanto, en el refugio ya tendréis tiempo para mirar plantas.
El sendero nos lleva a vadear ríos de aguas gélidas, donde el contacto con el agua helada nos quita la respiración. A algunos, con solo poner los pies en el agua, un dolor agudo nos sube por las piernas. Malditos ríos helados, se queja Sara, que cruza corriendo. Ya verás cuando te caigas cruzando a lo loco, le dice Carmen. He grabado a Sara cada vez que hemos vadeo con la esperanza de ver una caída, se lamenta riendo Jesús al ver que esta vez tampoco ha habido suerte. ¡Serás maldito!, le chilla Sara. Venga, dejad las tonterías, poneos las botas que no tenemos todo el día, intenta poner paz el guía sin dejar de sonreír.
Seguimos andando hasta encontrar un camino arreglado con algunos escalones de madera. Ha empezado a llover. Es una lluvia suave que no molesta. A estas alturas no nos importa mojarnos. Sabemos que tarde o temprano nos podremos secar. El camino baja hasta un refugio. ¡Ya hemos llegado!, exclama contento Joel. Aún no, responde Carlos, este refugio está siempre abarrotado de gente. Cruzaremos el río por unos puentes móviles e iremos a otro que os encantará, ya lo veréis.
Al llegar al río, nos encontramos en un lado unos puentes con ruedas. ¡Han quitado los puentes!, grita Carlos mosqueado, Voy a preguntar si nos pueden cruzar en autobús. No os mováis. Y se va corriendo hacia una pequeña caseta cercana. ¿No se puede vadear?, pregunta al aire Ana. Miramos un rato el río. No parece profundo, pero vemos que baja a gran velocidad. Nos respondemos que sería una temeridad. Siempre nos podemos quedar a vivir aquí, comenta Fernando. Pues no sería una mala idea. Aunque en invierno creo que queríamos volver, echando de menos el intenso calor de nuestras tierras, responde Reke con una pequeña sonrisa socarrona. Por dios, no nos lo recuerdes, se queja Carmen, aunque nevara todos los días, prefiero esto a lidiar con el calor. Antes que Reke pueda responder, llega Carlos y nos dice que podemos subir a un autobús para cruzar.
Nos dirigimos hacia el autobús y, a medida que nos acercamos, quedamos impresionados por su apariencia imponente. Este armatoste de vehículo está equipado con unas ruedas gigantes que parecen capaces de enfrentar cualquier terreno. Subimos a bordo listos para cruzar el río. El motor ruge y el autobús comienza a avanzar lentamente hacia las aguas del río. Nos damos cuenta enseguida de que sería imposible cruzar el río a pie. El agua se eleva casi a los cristales del autobús. El suspenso en el aire es palpable mientras atravesamos el cauce, con las ruedas gigantes del vehículo girando con agresividad en el agua. Por si a caso, ha sido un placer, amigos. Os quiero mucho, suelta riendo Jesús para quitar un poco de tensión.
Con alivio, al cabo de unos minutos ya nos encontramos en la otra orilla del río. Bajamos del autobús y, con una mirada cómplice entre nosotros, decidimos guardar el secreto de que hemos cruzado un río en autobús durante nuestra travesía. Todos asentimos y prometemos no revelar nunca la verdad.
Después de ascender río arriba durante media hora, llegamos a un lugar de ensueño. Encantadoras casas de madera rodean un hermoso jardín que parece haber salido de un cuento de hadas. El canto de los pájaros y el suave chapoteo del río crean una sensación de paz y tranquilidad que nos abraza por completo. ¡Bienvenidos a Basar!, nos clama el guía con los brazos abiertos. Aquí sí que nos quedamos a vivir, ¡eso es un paraíso!
2 comentaris:
Ui, em sembla que el Pons no tindrà ganes de comentar a aquest post...
No haver-se apartat al cantó del riu. És que s'ha de ser vago...
P.S. A veure si endevines què m'ha fet trobar el maleit antirobot.
Publica un comentari a l'entrada