La travesía
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3. Emstrur
Salimos del refugio con el cuerpo todavía dolorido del día anterior. Aunque hemos dormido bien, nos hubiera gustado descansar un segundo más, pero demorarse demasiado sería un error. Las lluvias podrían alcanzarnos antes de llegar a Emstrur.
Damos un vistazo al lago. En su izquierda, una ladera se eleva protegiéndole de los vientos que vienen del este. Lejos del lago, al sur, se ven diferentes montes. Uno tiene una forma triangular casi perfecta. Parece una pirámide de los Egipcios, comenta Joel. Se ve que la construyeron cuando venían de vacaciones, responde Reke que ya ha perdido la timidez. ¿De veras? Pregunta Ana. Sí, les gustaba viajar y librarse del calor abrasador de sus tierras, apunta Joel. Detrás, David no puede reprimir la risa y todos terminamos riendo a carcajadas.
Vamos, un largo camino nos espera hoy, dice el guía con una gran sonrisa. Dejamos a un lado el lago y subimos por una colina. Una colina llena de musgo de un verde tan intenso que parece que brille. El aire es frío, pero el viento ha desaparecido. Qué extraño se hace andar sin ni una pizca de viento, comenta Carmen. De lejos el cielo se ve despejado, sobre nosotros una fina capa de nube permite intuir el sol. No parece que vaya a llover, dice Fernando. El tiempo puede cambiar muy rápido en estas tierras, comenta Jesús, no te fíes nunca.
Después de vadear un río llegamos a un plano donde la vegetación, ya escasa, va desapareciendo. Pronto empezaremos el desierto, nos comenta Carlos, ya veréis cómo se forman algunas dunas.
No entiendo por qué vinieron los egipcios, estos tipos tenían una extraña obsesión con los desiertos, opina Reke. Ana se lo mira un segundo. Reke está actuando como que está reflexionando. Este chico no tiene remedio, se dice a sí misma.
Lentamente, casi sin darnos cuenta, nos adentramos en un desierto frío y desolador. Las tierras son completamente negras y solo el azul que a veces se escapa entre las nubes da un toque de color. Es una tierra yerma y silenciosa. Nuestras charlas se van apagando a medida que la vegetación desaparece. Andamos ausentes por la nada. Al principio se intenta entablar alguna conversación, pero enseguida se muere. Nuestras pisadas se hunden en la tierra negra como si estuviéramos caminando sobre cenizas. El frío se cuela bajo la ropa y nos envuelve, pero no nos importa.
Aunque el paisaje es desolador, de alguna manera nos sentimos conectados con él. Es como si el desierto reflejara nuestros propios estados de ánimo. Cada uno de nosotros está inmerso en sus pensamientos, reflexionando sobre sus vidas, sus errores y aciertos, así como sobre sus sueños. A medida que avanzamos, el pasado parece desvanecerse en la distancia y vemos la posibilidad de un futuro diferente. La tristeza se mezcla con la sensación de liberación, como si el silencio del desierto nos estuviera invitando a dejar atrás todo lo que ya no necesitamos. Sin embargo, hay una extraña tranquilidad en nuestro grupo. Todos compartimos el mismo desierto negro y callado y entendemos que este es un viaje que debemos hacer en soledad, incluso estando juntos.
Y como empezó el desierto, poco a poco, también termina. Tímidos brotes de hierba van surgiendo a nuestro alrededor y ya volvemos a tararear y hablar entre nosotros. Nos encontramos en paz y nuestras conversaciones tienen una profundidad y muestran una confianza que aún no habíamos tenido. Compartimos sueños y aspiraciones, revelando algunos de nuestros miedos y anhelos.
Al cabo de un rato, subiendo por un pequeño sendero, nos encontramos un monte que nos cautiva con su elegancia. La pendiente de la ladera es tan suave y gradual que sientes el impulso de correr hacia ella y conquistarla, pero sería un esfuerzo inútil, ya que se torna cada vez más pronunciada, como si desafiara el cielo mismo, y casi en su cima, debido a la erosión, se irguen imponentes rocas con ángulos afilados y definidos. Y justo por encima de estas rocas, como si fuera una creación deliberada por algún Dios antiguo, se extiende un amplio llano adornado con exuberante hierba y musgo.
Paramos un rato para contemplar maravillados el majestuoso monte mientras el cielo se va nublando. Aprovechad para poneros las capas y las fundas en las mochilas, dentro de poco empezará a llover, nos indica Carlos. David, que no tiene ganas de mojarse, también se pone el sobre-pantalón impermeable. A ver, que no va a diluviar, no hace falta que os paséis, ríe Carlos. Mierda, ya sé que me he dejado, dice preocupada Sara, el sobre-pantalón. Si ni siquiera has mirado dentro de la mochila, le suelta Joel. Ni hace falta, como estaba un poco mojado, lo dejé en la entrada para que se secase. Mierda, que no llueve demasiado, por favor, reza. Fernando piensa que le podría dejar el suyo, ya que no le importa mojarse. Cuando caiga un chaparrón, si llega el caso, se lo ofreceré.
Con una lluvia fina llegamos al refugio de Emstrur, situado entre montañas en una zona ligeramente inclinada, cerca de un cañón estrecho y profundo con paredes de basalto. El refugio está compuesto por pequeñas cabañas de madera pintadas de verde oscuro, dispuestas en diferentes niveles de la ladera y conectadas por pasarelas. A pesar de su tamaño reducido, cada una alberga literas, cocina y una mesa para comer. Al parecer, dentro pueden dormir veinte personas. No creo que tengamos frío esta noche, comenta Jesús.
4 comentaris:
Ostres tu... Quin és el sentit d'aquest post amb noies varies?! Fer veure que no entraràs al bloc del Pons per comentar?
Ei! He entrat ara mateix a comentar. Al post també hi surten nois :)
Em sembla fantàstic!
Al post pot ser que surtin nois, però ningú s'està cremant, de moment...
(per al futur proper pensa't quin tipus de lip-dub podriem fer per a la cançó de l'incentiu que et vaig passar, molaria veure 2 europeus pretenent ser pagesos de Yunnan)
https://www.zhihu.com/question/21203582/answer/2151284012
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