divendres, 22 de setembre del 2023

La travesía. 2 - Álftavatn

La travesía

Puedes leer el primer capítulo aquí:

1. Landmannalaugar


2. Álftavatn

Después de desayunar, Carlos nos recuerda, aunque no hace falta, que el tiempo será bastante malo. Sin perder ni un minuto nos preparamos la mochila y salimos del refugio. Una gran pared de colada de lava se alza ante nosotros. En ella hay un estrecho sendero que serpentea hacia arriba. Echamos la vista atrás para ver una última vez el refugio, el río caliente y la gran llanura antes de empezar la travesía. El sendero, con rocas negras y afiladas, impone respeto y andamos con cierto temor. En pocos minutos estamos rodeados de montaña. Hay fumarolas a nuestro alrededor que desprenden el característico olor a azufre. Una pequeña llovizna nos moja las ropas. Tampoco hay para tanto, dice Ana pensando en lo que nos espera. Cuando superamos las montañas de lava, subiendo una cuesta muy empinada, se despliega ante nosotros un paisaje llano con montes coloridos. El camino se vuelve más ancho y las nubes se rompen por un instante para que el sol se cuele y nos dé un poco de calor. Paramos unos minutos para contemplar el paisaje, charlar un poco y tomar un algún sorbo de agua antes de seguir la marcha.

De repente un viento frío nos estremece. Preparaos, este viento nos acompañará durante todo el día, nos advierte Carlos. Nos ponemos deprisa los abrigos y andamos con el paso un poco más rápido. El viento, poco a poco, va aumentando su fuerza y el cielo se cierra con nubes oscuras y amenazadoras. La temperatura cae bruscamente, los abrigos apenas nos protegen y tiritamos y avanzamos sorprendidos del súbito cambio de tiempo. No os paráis de mover, nos dice el guía, no dejáis que se enfríe el cuerpo. Los montes coloridos se vuelven grises. Estos montes pelados, sin ningún tipo de vegetación, ahora parecen tristes y apagados. Y sin darnos cuenta, una neblina va creciendo a nuestro alrededor. Paso a paso la neblina se va volviendo más espesa, hasta convertirse en niebla.

El viento nos azota sin descanso. Andamos agachados, clavando los bastones antes de dar el siguiente paso. Vamos lentos, muy lentos. Clavamos bastón, avanzamos un pie, clavamos el otro bastón y avanzamos el otro pie. Hay miedo, por supuesto, pero no nos paramos. Estamos empapados y entumecidos por el frío. A veces la lluvia se vuelve granizo y nos golpea en el cuerpo una y otra vez como diminutos martillos helados. Solo somos capaces de ver el compañero que está delante de nosotros. El siguiente ya se pierde en la niebla espesa y cegadora. Cada pocos metros Carlos hace parada y recuento. Estamos todos bien. Cansados pero bien. El refugio del lago nos espera, nos decimos para darnos ánimos, pero todos pensamos que todavía quedan horas de andar. Cruzamos campos de obsidiana, con el temor de rasgarnos los zapatos, subimos y bajamos colinas sin parar por un suelo suelto que se deshace con una facilidad pasmosa y cruzamos neveros resbaladizos. No vemos las montañas coloridas, ni las fumarolas, ni colinas, ni nada. Solo el compañero que nos precede.

A medio camino nos encontramos una choza de madera. Cuatro paredes y un techo, nada más. El suelo, hecho de listones podridos, casi que se descompone bajo nuestros pies. La temperatura sigue igual de fría, pero al menos no hay lluvia ni viento. Dejamos las mochilas al suelo y comemos para recobrar fuerzas y nos frotamos los brazos y las piernas para entrar un poco en calor. Nos gustaría descansar, pero si nos quedamos, el tiempo podría empeorar más. Y abrigados hasta arriba, con las mochilas otra vez en los hombros, salimos de la choza. El viento, más violento que nunca, arremete con fuerza para tumbarnos. Al menos, por suerte, durante un rato, la lluvia nos concede una tregua. Avanzamos lentamente y en silencio; el viento ensordecedor tampoco nos permitiría hablar entre nosotros.

A pocos kilómetros de llegar al refugio de Álftavatn, nuestros cuerpos nos piden parar. Ya no podemos más. Aún no nos hemos detenido desde que abandonamos la choza. Danos un poco de descanso, por favor, clama David debajo de una capa negra agitada con furia por el viento. Todo el mundo se para y se deja caer al suelo. Da igual que nos quedamos llenos de barro, da igual si nos mojamos un poco más, comenta Joel, nos da igual todo. Aunque Reke parece no estar cansado, sus piernas adoloridas le dicen lo contrario, y agradece la parada sin decir una palabra. Es el único que se queda de pie intentando vislumbrar alguna construcción, alguna cabaña que pudiera ser el refugio. Solo hay niebla y más niebla. Cuidado, Reke, no te vayas a caer, le avisa Carmen. De pronto, delante de él, se despeja la niebla. Una fuerte pendiente baja hasta un riachuelo. Reke da dos pasos atrás, un poco sorprendido. Mira lejos y a la lejanía ve un lago. Mirad, un lago y a su lado parece que hay un refugio, chilla contento con su acento extraño. Es donde vamos a dormir, cuenta Carlos, pero todavía nos quedan unas horas para llegar hasta allí. Parece que está aquí mismo, pero tenemos que bajar al río por esta pendiente que es muy traicionera. Después cruzaremos el río y luego, andando por el llano, llegaremos al refugio. Vamos.

La bajada se nos hace eterna. Si parecía que teníamos el río aquí mismo, se queja Fernando parándose de golpe. Ana casi que choca contra él. No te pares en medio, a ver si vamos a caer los dos. Ui, perdón, se disculpa Fernando retomando la marcha.

Finalmente, alcanzamos el paso del río, dejando en lo alto la niebla que nos había envuelto, la cual ahora es una nube que flota sobre nosotros. No llueve y el viento nos ha secado las ropas. Nos quitamos las botas y con cuidado vadeamos el río. Las aguas heladas se cuelan entre nuestros pies y nos salpica las piernas. No es una sensación agradable, pero al salir del río, notamos el calor de nuestra sangre recorriendo las partes de nuestro cuerpo que se han cubierto de agua. Como me gusta notar el frío del agua, dice Jesús mientras cruza el río con una lentitud pasmosa. Pon todo el cuerpo si eres capaz, le reta Sara que se está secando las pantorrillas. Bueno, tampoco nos pasemos, responde Jesús con una gran carcajada. Es la primera vez en todo el día que alguien ríe y el resto del grupo también nos unimos a la risa. ¡Por favor, como la necesitábamos!

Caminamos al lado del río. El viento sigue, pero con menos fuerza. Ahora hablamos y reímos entre nosotros, Sara va tarareando y parece que estamos menos cansados. Álftavatn cada vez está más cerca, pronto podremos descansar.

 

3. Emstrur

4. Þórsmörk 

5. El paso de Fimmvörðuháls

6. La llegada a Skógafoss

5 comentaris:

NoName ha dit...

Em sembla que el Pons el trobarà la mar d'avorrit, aquest relat...

D'aquí poc tothom començarà a preguntar com es diu la noia morta, a quin post toca la matança, si es pot saltar l'avorriment del camí i arribar directament a l'acció dura, si l'apunyalen o la cremen, etc.

NoName ha dit...

P.S.
Al final del conte no et deixaré cap comentari poètic, aviso per si de cas.

Peix ha dit...

De moment no ha sortit cap rínxol a la història, o sigui que les noies poden estar ben tranquil·les. El meu objectiu a la vida és escriure una obra molt bona, però d'allò ben avorrida, com el Joyce (sí, apunto alt, com a bon mediocre que no sap on són els seus límits).

P.S. Doncs serà una llàstima

NoName ha dit...

P.S.
El Joyce no es mereixía comentaris poètics ^^

Peix ha dit...

P.S. pssss

Creative Commons License